Agrociudades: cuando el campo vertebra el territorio

El concepto sociológico de agrociudad es propio de la comarca Mancha Centro no sólo por la parte numérica que este mismo concepto lleva consigo (más de 10.000 habitantes por población en España, algo que cumplen varias de sus ciudades, Alcázar de San Juan y Tomelloso, Socuéllamos y Campo de Criptana) sino que, además, tiene al sector primario como eje económico fundamental de su vida, como un motor fundamental de su economía. La agrociudad en España se da sobre todo en dos regiones, la campiña cordobesa-sevillana y la llanura de La Mancha, y está vinculada al sistema latifundista de cultivo, hegemónico en estas zonas.

Hoy las agrociudades no tienen la carga peyorativa que siempre han tenido para los sociólogos y antropólogos como espacios incapaces de desarrollarse o modernizarse, debido al cultivo extensivo de los latifundios la ausencia de conciencia de comunidad cívica propia de la España de los Señoríos, en los que se fabricaba una especie de vida urbana para paliar la frustración social, para una aproximación crítica al concepto de agrociudad lo mejor es consultar la obra LÓPEZ-CASERO OLMEDO, Francisco. La agrociudad mediterránea: Estructuras sociales y procesos de desarrollo. Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1989. Disponible en https://www.mapa.gob.es/ministerio/pags/Biblioteca/fondo/pdf/795_all.pdf

 

Una agrociudad hoy en nuestra tierra es un espacio en el que conviven los “commuter” o inmigrantes de diario, que se acercan a la capital a desarrollar su tarea y vuelven en el mismo día invirtiendo casi un 20% del tiempo útil de una jornada a desplazarse a su trabajo y volver a casa, siendo en definitiva una suerte de emigrantes de jornada.

Las agrociudades tienen también como grupos sociales preponderantes unas clases medias vinculadas al trabajo público, pues el sector público sigue siendo el principal empleador de estas ciudades si hablamos de empleos de calidad, y un cada vez más pequeño grupo de trabajadores manuales para el campo, en la actualidad casi todos de origen extranjero.

Ahora los latifundios ya no son de cultivo extensivo, sino que han intensificado su producción a costa de la sobre explotación los recursos hídricos y medioambientales y en muchas ocasiones tras esos cultivos hay grandes grupos de inversión y agroindustrias para las que la mano de obra es casi algo anecdótico y la tierra en la que cultivan es tan anónima como sus accionistas.

Lo cierto es que hoy esas agrociudades conservan sus habitantes con más fortuna que el resto de unidades poblacionales de la zona, y cuentan con buena comunicación. Toca ahora preservarlas, ponerlas en valor, sacar lo mejor de lo que han sido y sobre todo de lo que pueden llegar a ser.

Y es que si algo ha demostrado La Mancha a lo largo de los últimos 200 años es su capacidad de resiliencia, su flexibilidad para adaptarse a cada momento histórico, y para hacer de la necesidad virtud, y de la carencia combustible de superación.

Las agrociudades nacieron entre otras cosas como un espacio para que las élites latifundistas tuvieran concentrada la mano de obra necesaria para sus explotaciones, lo suficientemente densificadas como para evitar que nacieran lazos de comunidad y de identidad. Han sido durante muchos años tierra de emigración que ha nutrido por aluviones las periferias del sur de Madrid, de Valencia o del país Vasco.

Hoy son una esperanza de resistencia a la despoblación un espacio propicio para la innovación vinculada a la agricultura y a la ganadería pero no solo, las pymes vinculadas al hierro y a la calderería por ejemplo en Tomelloso tienen prestigio internacional. Son también un lugar con calidad de vida, donde el espacio no es un lujo, con oferta cultural, con oferta de servicios, con recursos turísticos y con una marca conocida en el mundo gracias al gran Cervantes.

No es poca cosa, tener identidad y conocerla, apoyarse en ella para ver por encima de nuestras limitaciones y creer en la potencialidad de nuestras capacidades de adaptación. Una agrociudad, hoy en una España que se despuebla es un lujo que debemos cuidar y proteger, pero hemos de empezar por hacerlo nosotros.

Jesús Gutiérrez Villalta

Profesor de Sociología de la UCLM y Consultor Político

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