Guillermo Valiente, graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid
Soy joven tengo 25 años, he estudiado y terminado una carrera, estoy haciendo un máster… el otro día me preguntaban que porqué seguía viviendo aquí, en mi pueblo, en la Mancha. Para mis amigos, casi todos ellos viviendo ya en Madrid o lejos de pueblo, quedarse aquí, una vez terminados los estudios universitarios, significaba perder, era no saber responder a la pregunta de cómo labrarse un futuro. Pero están equivocados, se están perdiendo la mitad de la respuesta.
Quizás eso explique los pocos jóvenes de mi edad que puede uno encontrarse en cualquiera de los pueblos de La Mancha, y quizás esa ausencia también explique la forma y manera en que esta tierra entiende la vida, que te acompaña con intensidad en la infancia y la adolescencia y en la madurez y en la vejez, pero que te deja con un vacío tremendo en la juventud, resultado de la falta de oportunidades laborales y por tanto vitales para los jóvenes.
Lo cierto es que ni unos ni otros han ganado nada, ni los que se quedan ni los que se buscan la vida fuera, pero hay una cosa que sí que aporta estar aquí, en nuestro pueblo, en nuestra tierra, y es la tranquilidad de saber uno quién es, de saber que cuándo todo alrededor se tambalea, cuándo nada parece definitivo ni perdurable, este paisaje, esta cultura, esta forma de entender la vida hospitalaria, abierta y esforzada te dice a gritos quién eres y que todo lo que te rodea está ahí para sujetarte, para que puedas salir adelante.
Y eso es mucho más que lo que tienen los que se han ido a ciudades grandes, a esos “no lugares” impersonales, hostiles, caros, individualistas e insolidarios… bellos a veces, y con una vida intensa en cuanto a las relaciones, pero vacíos la mayor parte del tiempo.
Este post es solo una llamada para recordar que, en estos tiempos de digitalización, de teletrabajo, de acortamiento de las distancias, de necesidad de proteger el medioambiente y la salud, es compatible la vida en una gran ciudad con la vida en el pueblo, en nuestro pueblo, rodeados de nuestro paisaje que nos ha acompañado mientras que llegábamos a ser como somos. Es posible sacar lo mejor de ambas cosas… de ambos lugares, sin necesidad de pensar en derrota o victoria.
Quedarse en La Mancha o irse es mucho más que una simple decisión. El panorama no es ni mucho menos cómo lo pintan desde fuera, ni lo que los espejismos urbanos tratan de trasmitir.
Puede que desde que el Quijote perdió contra los molinos, nos sintamos más a gusto con las derrotas, pero fue precisamente el hidalgo caballero el que nos aseguró una victoria identitaria, desde la que se puede ser puntero en muchos aspectos, esta tierra -que para muchos en España es tierra de paso- es mucho más que un camino hacia otro sitio, es un destino en sí misma.
Quedarte en La Mancha es poder desarrollarte cultural, anímica y profesionalmente en un entorno reconfortante en el que tus señas de identidad están en consonancia con tu tierra. La vida es 10% lo que te pasa y el otro 90% es cómo te lo tomas. Dicho todo esto me atrevo a afirmar, como joven y como manchego decir y que la sensación de derrota es más una cuestión generacional que de territorio y que es algo generalizado en unas cuantas generaciones de jóvenes españoles y españolas sean de dónde sean.
En cualquier caso, si hay algo seguro de esta tierra es que te deja huella, te marca, sin importar donde vayas y con quien te relaciones, y todos los que aquí vivimos tenemos la responsabilidad de mantener ese prestigio que esta tierra lleva siglos labrándose.
Muy buena reflexión y muy acertada.