A menudo para defender lo que somos y hacia dónde vamos hay que estar en una trinchera, en la trinchera de la España vaciada. Hace algunos años, en una universidad del sur de Madrid discutía con mis compañeros profesores ante su planteamiento que consideraba una pérdida y un derroche de recursos las inversiones en infraestructuras que se hicieran en La Mancha.
Especialmente se referían a las autovías que entonces se abrían para unir las provincias de una tierra con una extensión mayor que la de Bélgica y Holanda juntas y que hasta la primera década del siglo XXI aún no disponían de autovías para interconectar sus capitales provinciales. Aunque tampoco entendían que se construyese un aeropuerto como los que en otras capitales europeas se ubican más bien alejados de la ciudad para abaratar costes.
En realidad ellos no lo sabían pero ya eran víctimas del síndrome del urbanita, ese que considera que el campo es un lugar en el que los pollos caminan crudos por el suelo y que lo mejor que se puede hacer fuera de una ciudad es viajar en coche hasta otra. O como mucho descansar en una casa rural imaginándose como el dueño de la finca de los Santos Inocentes.
Sí es cierto, hemos perdido la batalla de la opinión. El actual modelo económico necesita de las ciudades para sobrevivir, y los que se benefician de él harán lo que tengan que hacer para que el espacio no urbano sea solo una anécdota, una especie de refugio para los inadaptados.
Para ellos no tienen sentido las autovías que no conecten su ciudad con otra ciudad, ni los aeropuertos que no estén cerca de sus casas, ni los hospitales que no les curen a ellos, ni las universidades que no estén cerca de sus hijos. Son los urbaidiotas, los que se quejan cuando la población de una región de las de la España vaciada pide un trato de privilegio para su territorio, pero se tiran toda su vida reclamando más y mejores servicios para sus ciudades.
Son esos que quieren que los pueblos estén bien cuidados solo para que cuando ellos vayan no haya baches ni falte una farmacia bien surtida. Los mismos que meten sus coches en pleno parque natural para no tener que caminar mucho y luego se quejan de que hay mucha gente.
No les podemos reprochar mucho, son víctimas del modelo educativo en que nos hemos formado todos, ese modelo en el que se nos hace creer que si no tenemos más, si no alcanzamos nuestros objetivos, es solo por culpa nuestra.
Es una ideología
Ese modelo que nos hace creer que somos lo que hacemos y lo que nos esforzamos y no el territorio en el que nos criamos, o la familia en la que crecemos… ese modelo meritocrático que ampara la ideología de la desigualdad, del individualismo y que entre otras derivas ha dejado el campo vacío o lo que es peor en manos de empresas agroalimentarias que nos hacen creer que cultivan alimentos cuando lo que hacen es fabricarlos.
Le dedico estas líneas a todos los que han hecho el viaje de vuelta, a los hijos y nietos de los emigrantes de los 70 que han entendido que la vida no es solo lo que pasa en una ciudad, y que están volviendo, son pocos, pero son los más listos.
Por Jesús G. Villalta, Profesor de Sociología de la UCLM