Por Jesús Cortés Campo, biznieto, nieto, sobrino y primo de ferroviarios, diplomado en Gestión y Administración Pública por la Universidad de Castilla-La Mancha
Escribía en una anterior colaboración mi particular visión sobre el especial matrimonio entre el ferrocarril y nuestra tierra, que históricamente ha forjado carácter, pensamientos, ideas, paisajes y ha transformado el devenir, con progreso, de muchos de nuestros pueblos.
Hacia el final, adrede, pasaba por encima de un tema que vino a enturbiar y estropea esa peculiar relación amorosa entre el mundo ferroviario y La Mancha. Así decía: “(…) ese mismo progreso y los cambios en los intereses de los poderes económicos, condicionaron el cambio en las políticas de gestión del ferrocarril, convirtiendo un medio de transporte que servía para unir y acercar, en un sistema de conexión rápida entre grandes ciudades, (…)”.
Hace años que lo que antes vertebraba, unía y hacía crecer nuestros pueblos y ciudades pasó a ser un motivo de disputa entre ellos. Un nuevo tren, el AVE, al que todos se quisieron subir, en un extraño e inentendible deseo de destacar, porque en la practica este sistema de transporte solamente aporta rapidez a quien se sube en Madrid y va a las grandes ciudades de la periferia peninsular –sin paradas intermedias-, y viceversa, vino a romper una parte del todo.
Y el todo acabó roto cuando, tren a tren, fueron desapareciendo muchos de los convoyes de larga y media distancia, unidades y cercanías que hacían parada en todos o casi todos los puntos de la línea, quedando algunos más a forma de testimonio, para contentar y acallar protestas, que a deseo real de facilitar el transporte a personas y mercancía.
En España nunca se hace nada con lógica y lo que se hace se piensa dentro del casco urbano de Madrid. Motivo por el cual (entre otros) tuvieron que nacer las autonomías, al menos las que menos sentimiento nacional tenían.
La nuestra, aún englobando o uniendo a La Mancha con Castilla, tiene un debe en lo que al transporte ferroviario se refiere. Se defendió con vehemencia el paso del AVE, mientras se olvidaba la vía convencional y se construían nuevas carreteras, que no digo que no fuesen necesarias.
Cada mañana pueden verse en la mayor parte de pueblos del centro de La Mancha, auténticas Estaciones de Penitencia (Procesiones) de automóviles, saliendo desde mucho antes que el sol, camino de la consulta de especialista en hospital, el trabajo en la capital o en algún otro pueblo cercano, compras en grandes superficies y muchos otros motivos.
La importancia de conseguir reponer o incluso poner nuevos trenes es, para nuestra tierra, un objetivo primordial. Evidentemente los estudios de mercado y los eruditos del progreso y la economía lo negarán. Son los mismos que no abrirán sus labios cuando se trate de construir una línea de tren hasta la urbanización más remota y nueva de la comunidad de Madrid o un tranvía en el centro de Sevilla.
En La Mancha hay una infraestructura ferroviaria infrautilizada, que está esperando a que, simplemente, se opte por tener la voluntad de volver a convertirla en un camino vivo que facilite la vida de las manchegas y los manchegos.
Se trata solamente de poner trenes a unir pueblos y ciudades, pensados por y para la ciudadanía, con horarios apropiados, usando las vías que ya existen e incluso construyendo aquellas que hagan falta. No se necesitan grandes inversiones, ni tener los mismos recursos que otras comunidades siempre tienen. Hace falta voluntad.
Todos y todas sabemos que se puede ir de Toledo a Cuenca, de Cuenca a Albacete, de Albacete a Ciudad Real y de Ciudad Real a Toledo, pasando y parando en muchos pueblos de nuestra Mancha, con horarios ajustados a las necesidades más generales, en un medio de transporte limpio y, adecuándolo al siglo XXI, hasta de una forma rápida.
Ayuntamientos, Diputaciones, Mancomunidades, Grupos de Acción Local, movimientos vecinales, empresariado y la ciudadanía en general puede tener en el tren un verdadero motivo para hacer de La Mancha un lugar del que querer acordarse siempre.
Y no se trata solo de hablar. O nos vamos todos a vivir a Madrid.