La Mancha: mitad magia mitad desolación

Por Patricia María Illescas Serrano

Cuánta razón llevaba el maestro Joaquín Sabina cuando sentenció con esta frase a nuestra querida tierra. Y es que el paisaje de la Mancha podría resumirse en estas dos palabras; la magia de las llanuras infinitas que recorren nuestro entorno y la desolación del silencio que las llena.

Entonces, ¿es único nuestro paisaje? Ciertamente sí. Entre los Montes de Toledo y Sierra Morena hay un paraíso que es bastante diferenciado de otros lugares de España. No es que seamos los únicos que tienen olivos y vides, tampoco podemos decir que no haya más tierras con el color dorado del cultivo de secano, pero hay una cosa que otros no tienen, los molinos. Los gigantes que temía Don Quijote coronando nuestros cerros, y es que también tenemos montes y sierras, mares enteros de jara y romero que perfuman el aire que mueven las aspas con tanta fuerza que hasta hay algunos que dicen que tanto viento vuelve locos a los manchegos.

El verde de la siembra, el ocre de la tierra removida por los surcos, y el dorado del sol que ha teñido los campos como si fuera un espejo del mismísimo astro rey. Los tres colores insignia de nuestra tierra, los que representan una seña de identidad manchega y que todos llevamos en el corazón cuando salimos de aquí. Para aquellos que marcharon lejos buscando un futuro mejor y vuelven hacia el sur encontrando su pasado, es fácil percibir cuándo están entrando a esa región que los musulmanes bautizaron como Manxa, que significa tierra sin agua. Según avanzan hacia el sur el terreno se va volviendo seco y al mismo tiempo delicado, y la abundancia de olivas sirven más de indicadores en el camino que las propias señales de tráfico. Cuando ya no ven más que laderas interminables y el sol queriéndose fundir con el suelo, en ese momento ya saben que están en casa.

La Mancha. La novia de Cervantes la llamaban, a cuyas mujeres dedicó unas páginas el propio Machado, la cultura castiza y el paisaje quijotesco que ha llevado tan lejos a nuestro querido Almodóvar. Tierra sin agua, pero tierra con magia, una magia que sigue echándole un pulso a la desolación que, en lugar del agua, en los últimos tiempos nos inunda. Pero, ¿quién sabe?, puede que el paisaje manchego necesite las dos cosas para ser lo que es, mitad magia, mitad desolación.

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