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Algunas cosillas sobre La Mancha hoy

Por Valentín Arteaga, poeta

Valentín Arteaga

La Mancha, no se dude, debe terminar con ese estarse ahí en su soledad gris y su triste arrinconamiento detrás del horizonte en volandas y sus espejismos extraños. Ha de echarse a andar de una vez por ese garabato de caminos que la llevan y la traen, de rutina en rutina, al más aún todavía; y puestos a ser sinceros hemos de reconocer que esta España que, se quiera o no, es también –¡tan bien!– La Mancha, está mas sola que la una, como suele decirse en el corro que hemos dado en llamar comunidades autónomas. Ahí están los paisanos manchegos, extraviados y no, partiéndose el pan a la chita callando y echándose un trago del vino del lugar con muchísima paciencia y sensatez. La demasía inacabable de su paisaje tarda mucho en caerse de bruces al otro lado del orbe.

El personal de este lado del mundo avizora todo lo que puede. Lo cual debe poner sobre aviso a todas las gentes otras que al cruzar los campos municipales de estas villas y mayorazgos no se enteran de cuanto miran y no ven. Es decir, se ha convenido que La Mancha sea tierra de paso, Manxa, tierra seca. Apresura tu tílburi, caballero, y no te entretengas por acá. Los redondeles marean a los forasteros muchísimo. Es cosa sabida por los correlindes: cuando no se tiene otro remedio que atravesar por estos laberintos de andar, andar y andar, hay que buscarse un lugarejo para echarse la siesta un buen rato.

¿Se parece La Mancha al mar? Sea. Los arrieros y cuantos van de camino esperan llegar a buen puerto cuanto antes. Estas tierras de secano no están para sucedidos. Lo que se explica con algunos ejemplos. Los chicos manchegos que salen artistas se las tienen que ver y desear en el pueblo para hacer ver al vecindario sus sonetillos y madrigales, sus cuadrejos de molinos o cómo se atreverían a cantarle a la Patrona y a la chica más chica del veterinario. Pero no es así. ¿Habrá que darle la vuelta al decorado del paisaje? Eso, paisano, es ya otra cuestión. Debo recordarte lo que escribió Azorín que recorrió con mucho interés nuestras tierras: “el paisaje somos nosotros mismos”.

Seguiremos otro día reflexionando sobre La Mancha.